La presencia de las pantallas en nuestras vidas ha venido acompañada de múltiples preocupaciones sobre sus posibles efectos, especialmente en lo que se refiere a los jóvenes y niños que crecen con ellas. Al mismo tiempo, en los centros educativos se han hecho esfuerzos por incorporarlas y evitar perder el tren de la innovación tecnológica.
Noticias recientes sobre las decisiones políticas adoptadas en algunos países parecen hacernos entender que el uso de la tecnología en las escuelas podría ser perjudicial y responsable de algunos problemas cognitivos que afectan al aprendizaje. ¿Pero es así realmente?
Miedo a la tecnología
Los temores ante el desarrollo tecnológico no son nuevos. Siempre que una nueva tecnología ha irrumpido en las vidas de las personas, ha habido quienes han temido por sus efectos en nuestras funciones cognitivas. Sin ir más lejos, Platón alertó sobre los efectos devastadores que la escritura podría tener sobre la memoria de las personas, por el hecho de apoyarse en ella como alternativa a recordar información.
Sin embargo, la investigación sugiere que la arquitectura cognitiva básica de las personas no cambia porque el entorno cambie. Nuestra mente sigue operando de la misma manera.
Distracciones y supervivencia
En efecto, las pantallas nos resultan muy atractivas porque nuestro cerebro ha evolucionado de forma que nos atraen las promesas de una nueva información que puede ser relevante para nuestros propósitos. Esto resultó esencial para la supervivencia de nuestra especie.
Lo que ha cambiado hoy con las pantallas es la posibilidad de acceder a este tipo de información en cualquier momento y lugar. Esto puede hacer que parezca que tenemos menos capacidad de atender, cuando en realidad lo que tenemos son más distracciones.
Epidemia de miopía
La tecnología también ha sido culpada de problemas de salud como la miopía, que afecta a cuatro de cada cinco universitarios en España. Sin embargo, la miopía es más un problema de salud pública relacionado con la falta de exposición a luz intensa y el exceso de trabajo de cerca que con el uso de la tecnología en sí.
Realizar actividades al aire libre reduce la incidencia de la miopía infantil, pero la normativa europea sobre iluminación de espacios interiores establece niveles de confort visual que son demasiado bajos. ¿Tenemos en cuenta estos aspectos en el diseño de las escuelas y los espacios educativos?
Pantallas y menores de tres años
De las pantallas también se ha dicho que provocan déficits lingüísticos en los más pequeños. Sin embargo, esto sería una simplificación. Lo que realmente podría provocar estos déficits es el hecho de que reemplacemos por pantallas (o cualquier otra cosa) los estímulos que los bebés necesitan para desarrollar el lenguaje: interactuar y hablar con ellos, leerles cuentos, dejarles escuchar nuestras conversaciones, etc.
Los investigadores coinciden en que las interacciones personales son la mejor forma de ayudar a los menores de tres años a desarrollar sus destrezas lingüísticas. Por lo tanto, cualquier alternativa que reduzca el tiempo dedicado a interactuar con ellos puede poner en riesgo su desarrollo en este aspecto.
Salud mental adolescente
También se culpabiliza a las tecnologías de problemas de salud mental entre los jóvenes. Sin embargo, parece que influye más la falta de apoyo familiar o la desmotivación escolar.
En este sentido, la Asociación Americana de Psicología indica que, por ejemplo, el uso de las redes sociales no es intrínsecamente beneficioso o perjudicial para los adolescentes y que son sus circunstancias sociales las que más les afectan.
Una digitalización desigual
El proceso de transformación digital de las escuelas en España es muy desigual. Así, encontramos centros en los que apenas se ha iniciado y otros que llevan años trabajando en esta línea. Los procesos de digitalización son diferentes también en cada país, existiendo diversidad e incluso brecha digital de acceso en algunos.
En realidad, el uso del libro de texto impreso sigue siendo mayoritario en el sistema educativo español, como reflejan los 736,67 millones de euros de facturación alcanzados en el curso 2021-2022. En España la digitalización escolar se ha producido principalmente en aspectos administrativos y no tanto didácticos.
Un enfoque erróneo
En los centros en los que se ha incorporado la tecnología en las aulas, a menudo se ha abordado desde un enfoque erróneo. Por ejemplo, sustituir libros de texto impresos por sus equivalentes digitales para usarlos del mismo modo y con las mismas metodologías, algo que no aporta ningún valor didáctico.
Es importante que sepamos seleccionar las herramientas que aportan valor añadido y emplearlas en el marco de estrategias metodológicas con sentido. De lo contrario, estaremos propiciando una innovación vacía.
Resulta importante, por lo tanto, tener una postura crítica ante las noticias que nos llegan en torno a la prohibición de la tecnología en las aulas. En algunos casos, la información es mal entendida y difundida y, como en el caso del reciente informe de la UNESCO, la propia institución tiene que salir a aclarar que no está hablando de prohibir todo uso de la tecnología, sino de que ésta se use cuando apoye el proceso de enseñanza–aprendizaje.
Las necesidades verdaderas
En definitiva, más allá de una postura “antipantallas” necesitamos buscar soluciones complejas a problemas complejos y abordar las verdaderas necesidades actuales, como la formación docente y la mejor gestión de los recursos en la educación.
La tecnología debe apoyar los procesos educativos, y para hacerlo así necesitamos regular y educar a los jóvenes en el uso que hacen de la tecnología.
Es fundamental encontrar soluciones eficaces y plantear cómo ponemos la tecnología al servicio de la educación (y no al revés) y cómo logramos una buena alfabetización digital de nuestros jóvenes para un mundo eminentemente tecnológico.
Por María del Mar Sánchez Vera, Profesora Titular del Departamento de Didáctica y Organización Escolar, Universidad de Murcia; Antonio Benito Galindo, Profesor Titular de Física, área de Óptica, Universidad de Murcia
Este artículo se vuelve a publicar de The Conversation bajo una licencia Creative Commons. Lea el artículo original.